Cuatro eminencias en setiembre
Federico Kirbus - 21/03/2011Habíamos ido de Stuttgart a Milano para que las máquinas y los pilotos del equipo Mercedes-Benz se familiarizaran con el nuevo circuito; más exactamente con la flamante curva peraltada del Autódromo Nazionale Monza.
Fue algunas semanas antes del Gran Premio de Italia propiamente dicho, el de ese año de 1955 tan trágico como dramático para el automovilismo internacional. A comienzos de esa temporada yo había conocido en Buenos Aires al periodista belga Jacques Ickx, con quien visité en Palermo el último de aquellos fatídicos trece arbolitos junto al cual había caído Jean Pierre Wimille (click aquí). En Europa nos cruzamos después en varias carreras (en Spa, en Le Mans, en Reims y Nürburgring), hasta que por fin volvimos a encontrarnos en Monza. Cuando concurrimos al A. C. Milano, organizador del G. P. de Italia, Monsieur Ickx me dio una lección magistral que me quedaría grabada para el resto de mi vida: cerca de las oficinas se detuvo en un kiosco de flores y compró un bouquet de claveles, diciéndome: “Más vale quedar bien con la secretaria que con el jefe”. Sin contratiempos obtuvimos nuestras entradas para el circuito.
Eso ocurrió unos días antes de la carrera. Llegamos al Parque Real de Monza entre cuya frondosa arboleda serpentea la pista. Y se dio como primera casualidad que nos topáramos allí con un caballero francés de avanzada edad, pero por demás dinámico y lúcido. Era por entonces un hombre de 83 años, y considerado la máxima autoridad del automovilismo europeo: Charles Faroux.
En el circuito resultaba incómodo cualquier diálogo. Pero durante el almuerzo con Ickx y el ingeniero Faroux pude conversar con éste sobre varios temas, y en particular uno que le tocaba muy de cerca: Las 24 Horas de Le Mans, donde justamente pocos meses antes había ocurrido la peor de las tragedias del automovilismo deportivo. A Faroux esto le afectó profundamente. “Vea”, me dijo, “cuando en 1923 ‘inventamos’ esa competencia se consideraba gran hazaña que un automóvil pudiese rodar sin percances durante un día y una noche. Por eso creamos el Grand Prix de Endurance de 24 Horas, copa Rudge Whitworth. Este trofeo se instituyó porque el segundo de nuestro trío organizador era el industrial Edouard Coquille, directivo de la Rudge Whitworth; el tercero a su vez era le periodista Gèo Lefèvre, aunque al final el que siguió activo hasta la actualidad fui yo. Pero ya ve: aquella prueba de pura resistencia mecánica en el circuito de La Sarthe se trasformó en una carrera de vértigo donde lo único que cuenta es la velocidad, y este año nos pasaron la ‘factura’”.
Cuando volvimos al circuito, mi mentor Jacques Ickx me presentó en los Boxes a otra eminencia: Enzo Ferrari. Por mi condición de argentino, Ferrari me invitó a visitar su fábrica en la cercana Módena.
Fui, ansioso por conocer tanto los talleres como al personaje medio enigmático. Cuando entré en su pequeña oficina pude confirmar lo que colegas me habían anticipado: en una silla el dueño de casa, dos sillas enfrente, y sobre el escritorio nnnnada, excepto un block de notas y una estilográfica. Espié para corroborar si era cierto lo que me contaron, y sí: su bolígrafo tenía tinta violeta, talvez su color predilecto. Cualquier nota escrita en esta tonalidad tenía fuerza de ley.
Y también me comentó algunas de sus contrariedades: “Mire, estoy luchando solo con mi officina meccanica contra un coloso industrial llamado Mercedes-Benz. Con la venta de las contadas Ferrari por Luigi Chinetti en Nueva York no estamos en condiciones vivir. Hacemos con poco dinero y mucho entusiasmo lo que podemos, pero la diferencia es abismal. Los tedeschi tienen un sistema de inyección súper avanzado que desarrolló la Bosch, y nosotros seguimos usando carburadores en la Tipo 555 Super Squalo. Ellos pudieron perfeccionar un costoso sistema de distribución desmodrómico (aunque éste les falló este año en Montecarlo, intercaló) que les permite girar a 8200 rpm y probablemente más, y nosotros con los resortes no pasamos de 7200 giros por minuto. Y en el túnel de vientos de la Universidad de Stuttgart, que ellos mismos financian, desarrollan una nueva carrocería aerodinámica que presentan ahora para la parabólica peraltada, y también nos sacan ventaja de velocidad con esto. Es una pelea desigual, aunque a la Alfetta de Alfa Romeo al final le ganamos con nuestro Tipo 375”. Confesiones de un luchador.
Enzo Anselmo Ferrari tenía en esos momentos 57 años. Moriría un tercio de siglo más tarde, a los 90, en 1988.
Durante los ratos libres en los ensayos nos divertíamos con los corredores tratando de subir a pie por el peralte de la parabólica. A simple vista parecía posible. Pero aún tomando envión, hombres atléticos como Piero Taruffi o el joven Hans Hermann no podían llegar hasta el guard rail: el último tramo lo hacían gateando como un bebé.
Por la noche me juntaba con el equipo Mercedes-Benz para concurrir a algún ristorante para gourmets elegido por el gordo Alfred Neubauer para degustar delikatessen que a él tanto lo deleitaban. Y para, de paso, escuchar por enésima vez la historia de su “invento” más importante: el del puesto como Rennleiter o director de carreras.
Fue en el circuito parque Solitude en las afueras de Stuttgart. Neubauer había sido llevado por Porsche de la Austro Daimler de Viena a la Daimler alemana en Untertürkheim. No demoró nuestro personaje en percatarse aquí que como piloto de carreras no tenía grandes perspectivas. Pero sí había observado que hasta entonces los competidores, ni en el trascurso de las carreras ni a veces tampoco después de terminar, sabían en qué lugar se encontraban o cómo se habían clasificado. Corrían a ciegas, tal cual. Fue cuando Neubauer inventó el puesto de Rennleiter, o director de equipo, usando una combinación de banderas de diversos colores y tableros con números y letras, y hasta su infaltable sombrero. Cuando lo observó en su proceder hasta entonces nunca visto, el Director de la Carrera de la Solitude lo conminó a abandonar ipso pucho el escenario porque su actitud terminaría por “confundir” a los participantes. Cuando Neubauer replicó que hacía de Rennleiter o Jefe de Carreras, el comisario le contestó: “Usted está loco, ¡el Jefe de la Carrera soy yo!”.
Fue el 12 de setiembre de 1926 cuando nació el oficio de Jefe de Carreras.
Ah, termino con una de Jacques Ickx: en sus investigaciones sobre los orígenes del automóvil descubrió que al mismo tiempo que Benz, Maybach y Daimler hubo, en 1888, otro inventor del coche sin caballos con motor a explosión: el dinamarqués Albertus Friedericus Leopoldus Hammel. Hizo un auto móvil que rodó al mismo tiempo que los prototipos alemanes, cosa que a éstos, que se consideraban pioneros, poco les gustó.
Categorías: CrónicasFecha: 21/03/2011
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gallego chico
Un privilegio contar con las notas del gran Federico Kirbus!
a-tracción
Federico, siempre un placer leer tus experiencias.
Que humildad poco creible que tenia el campesino emiliano.
Recuerdo que Neubauer menciona en su libro «Pilotos, motores y mujeres» que ideo tambien el sistema para levantar el auto en boxes y cambiar los neumaticos mas rapido.
Mariana
Wauu! q buena historia!! q momentos!!!
(Me encantaría saber un poco de historia de Albertus Friedericus Leopoldus Hammel, al q hace mención en esta nota… suena interesantee.)
BMW-Isetta
Don Federico, hizo mal la cuenta… Fueron cinco las eminencias, no cuatro. Olvidó contarse Ud. … Saludos, Ernesto M. Parodi.
carralfer
Don Kirbus: Ud es Gardel y Leppera!!!!!
Mariana
MUCHICIMAS GRACIAS SR. FEDERICO KIRBUS ( me llego la historia de Hammel a traves de cdh retrovisiones, a mi fcbk!)
Gracias!!!!!
Mariana
(muchísimas)*